11. ACERCA DE hAROLD, CON MINÚSCULA

Ayer me sucedió una cosa insólita, contrario a la creencia popular que reza que a los habitantes de Hernangonzamartiperelopegomezgarcifernanrrodriguezlandia
nunca les ocurre nada extraordinario. Al salir del trabajo, me fui al bar del alemán a beber un par de cervezas, como suelo hacer con frecuencia. Me senté a la barra, tranquilito, minding my own business, como dicen acá, y de pronto se sentó a mi lado un hombre de unos 70 años.

El hombre se quitó la vieja gabardina y pidió un martini. Cuando empezó a beberlo, noté que lloraba. No puedo evitar ser entrometido cuando un alma en pena me ronda cerca, así que lo miré y le sonreí, queriendo transmitirle el mensaje que todos tenemos algo por qué (o por quién) llorar, pero que no todos tenemos la valentía de hacerlo en público.

El hombre me miró con suavidad y me devolvió la sonrisa. Y empezó a hablar. Y a hablar. Y a hablar más. Pidió más martinis y habló más aún. Yo tuve que empatarle pidiendo más cerveza, que empezó a hacer estragos en mi percepción de la realidad.

Me relató su tragedia: acababa de tener un encuentro con su hijo y dicho encuentro terminó muy mal. Se insultaron, se amenazaron, estuvieron a punto de llegar a los golpes y a mi nuevo amigo le quedó claro que nunca más volvería a ver a su hijo.

Lo insólito del asunto salió cuando se develó la identidad del sujeto en cuestión. Me mostró una foto donde se veía él mismo, muy sonriente, abrazando a un muchacho de unos 15 o 16 años de edad. Una foto vieja. "Es de hace apenas unos cuántos años, cuando mi hijo aún dialogaba conmigo", me dijo. La miré detenidamente y se me salió decirle que el muchacho me recordaba a mi jefe, a harold.

"Qué curioso", me dijo él. Mi hijo así se llama. Lo miré con cara de signo de interrogación y titubeé: "harold... ¿James Danson?" El hombre torció la boca y me miró con desagrado, afirmando con la cabeza. ¡Era el padre de harold!

A partir de ahí, un silencio nos invadió. Tantas cosas que podría haberle dicho acerca de su hijo y tantas cosas que decidí no decir. Por supuesto, el hombre -llamado James Danson- empezó a hacerme preguntas. Quería saberlo todo. Traté de explicarle que soy un
Hernangonzamartiperelopegomezgarcifernanrrodriguezlanense,y que no tenemos memoria ni guardamos registros de nada, pero mis esfuerzos fueron en vano. James empezó a sulfurarse. El rostro se le encendió cual vil langostino veracruzano y de la boca salía un hilillo de espuma parecida a la rabia. Creí que me golpearía.

¡Santo Dios! Sentí una mezcla de miedo y compasión. Finalmente, después de varias horas de fatales desencuentros, James cogió su gabardina, pagó y salió del bar. Me quedé anonadado, impresionado y a la vez, intrigado.

¿Qué le diré a harold? ¿Debo narrarle lo ocurrido o debo hacerme el tonto? ¿Le ayudará en algo saber lo afectado que estaba su padre por él? No puedo negar que James quiere a su hijo, y seguramente harold le corresponde pero no sabe cómo demostrárselo. Tal vez harold no es tan mala persona como yo pienso y sólo es un neurótico del trabajo. ¿Recuperará la h inicial de su nombre la categoría de mayúscula?

En fin. Tal vez se lo diga, tal vez no. No quisiera arruinar la sonrisa con la que todos los días me vigila.

1 comentario:

Mercedes Ridocci dijo...

Tiene un corazón enorme este personaje.
Creo que dije al comenzar esta historia que se hacía querer, y así es.