LA SORPRESA

Martín entró en el avión y rápidamente se sentó en la primera ventanilla vacía que advirtió. Viajar en avión viendo el mundo a través del cristal era una de sus tantas manías, una de sus favoritas. Además, para hacer más amable el día, el asiento contiguo estaba desocupado y no tenía indicios de querer ser ocupado por persona alguna. ¡Santas albricias!, pensó el sonriente y afortunado Martín.

Le gustaba mucho viajar en avión, sí, pero le gustaba más viajar en la ventanilla y aún más, si el asiento contiguo iba vacío. ¿Qué más podía pedirle a la vida? Habían sido semanas muy pesadas en París, ya es el colmo de la mala suerte ir a esa ciudad a trabajar de sol a sol y conformarse con verlo todo desde la ventana de una oficina, sin poder oler, tocar o sentir; estaba hecho trizas y ansiaba regresar a su Barcelona, donde al menos podía oler y tocar lo que quisiese. Suspiró pensando en lo que había logrado en su estancia en la ciudad de la luz y agradeció que la vida le recompensara regalándole el vuelo de regreso sin tener que compartir la fila. La vida nos compensa al final del día. Pasados unos momentos, las azafatas empezaron a ejecutar las coreografías típicas de los todos los vuelos, ya sean cortos, largos, nacionales, transcontinentales o locales. ¿Por qué los dueños de las líneas aéreas no entran en razón y se dan cuenta que hasta en las películas más bobaliconas se mofan de esos brazos que suben y bajan? Basta ver la expresión de fastidio de cualquiera de estas chicas cuando lo hace. ¿No se han dado cuenta que pocas cosas hay más ridículas que una aeromoza jugando a que se pone una máscara de oxígeno? Vaya que son anticuados, suspiró Martín. Como si no supiera él dónde localizar una salida de emergencia.

El asiento contiguo a Martín seguía sin ocuparse. Sintiéndose afortunado, se asomó a la ventana para contemplar las maniobras de los empleados de la línea aérea que retiraban los montacargas que habían trasladado el equipaje. Miró de reojo el asiento aún desocupado, a su derecha. Se estiró, entrecerró los ojos y se dispuso a disfrutar de los noventa minutos que se le avecinaban. Sin embargo, cuando estaban a punto de cerrar las puertas de la aeronave, apareció por la puerta principal de la aeronave, a trompicones, una joven mujer llevando un estorboso maletín de mano y una gigantesca cámara fotográfica que le colgaba del cuello. Ni qué decir, era demasiado bueno para ser cierto. Martín supo que no viajaría a sus anchas en cuanto la vio. Pero tampoco se imaginó lo que le esperaba.

Una vez repuesta de su estrepitosa entrada, la chica miró a Martín conatención, le sonrió y, naturalmente, se sentó a su lado. Al querer acomodar su maletín en el compartimento superior, la gigantesca Canon que llevaba suspendida le golpeó en la mejilla. Martín aceptó la disculpa y pensó que no era del todo… ―tan mala suerte. Se trataba de una chica sumamente atractiva. Una cosa por la otra, pensó el agotado viajero. Tampoco era de todos los días ir acompañado de semejante belleza, pero Martín bien sabía que la seducción no era uno de sus puntos fuertes.

¿De qué le hablo?, se preguntaba. Ella sonreía sutilmente, sin mirarlo, anticipándole un sí que él no estaba preparado para ver. Martín sabía que si no le abordaba durante el vuelo, perdería la oportunidad. Así, el viaje de París a Barcelona transcurrió en medio de un silencio tenso entre los
dos. Ninguno se atrevía a tomar la iniciativa y ambos esperaban a que el otro la tomase. Ambos pensaron en lo complicados que somos los seres humanos. Cuando la tripulación anunció el inminente aterrizaje, Martín aprovechó la instrucción de los respaldos y los cinturones y, con cierto descaro, se atrevió y le habló.

—¿De dónde eres? — preguntó él con torpeza.

—Canadá. De Toronto —respondió la muchacha con un español mal articulado y sin dejar de sonreír.

—Me sorprende tu enorme cámara —dijo Martín. La chica sonrió de nuevo mostrando dos hileras de dientes blancos perfectamente alineados. —¿La usas para sorprender a la gente?

—Supongo que te gustan las sorpresas, ¿no? —ironizó ella, también con algo de torpeza.

Minutos después la pareja bajaba del avión hablando animadamente acerca de sus vidas, sus pesares y sus emociones; de la vida barcelonesa de Martín y el proyecto fotográfico en una casa editorial catalana que en poco tiempo empezaría Simone. Entre el mal francés de uno y el peor español de la otra, lograron comunicarse lo suficiente para reconocer que a ambos les gustaba mucho ser sorprendidos. Como suelen ser estos encuentros, comienzan con la más nimia de las cosas y concluyen cuando ambos sujetos acuerdan verse de nuevo, cuanto antes mejor –para él- y más vale tarde que nunca, para ella.

Naturalmente, intercambiaron números de teléfono al despedirse. Los pocos días que faltaban para su primer encuentro formal pasaron más lento que las tres semanas que Martín estuvo trabajando en París. Sólo Dios sabe porqué hace al tiempo tan relativo. Aprovechó las horas planeando su cita con Simone. Era muy cliché llevarla al cine, y más cliché aún no saber dónde llevarla. ¿Un museo, tal vez? ¿La Sagrada Familia? Pensó en utilizar los encantos de la Barcelona post-olímpica, de la Barcelona moderna y cosmopolita, para conquistar a su nueva amiga. El Aquarium fue su primera elección. Era un lugar ideal para iniciar un romance.

Martín llegó quince minutos antes de las diez de la mañana, hora en quedebían encontrarse en la puerta principal. Simone llegó quince minutos después, balanceando los desequilibrios. Después de recorrer todo el lugar, ya eran grandes amigos y cualquiera que los hubiese visto pensaría que formaban una pareja de mucho tiempo. Martín estaba encantado con Simone y ella parecía estarlo también con él. Hacia el mediodía, caminaron a la salida del Aquarium. Martín tenía preparado un lugar perfecto para llevarla a comer, que le serviría también para preparar el terreno. Hacía mucho tiempo que Martín no sentía esas mariposas en el estómago.

Sin embargo, cuando estaban por salir del Aquarium, Simone le pidió a Martín que cuidara de su cámara mientras ella iba –rápidamente, según dijo- al lavabo. Al recibir la máquina, Martín se dio cuenta de su gran peso y no entendía cómo una figura tan delicada y tan aparentemente frágil como la de Simone había sido capaz de llevar tantos kilos durante toda la mañana sin resentirlo. Se sentó en una de las bancas a esperarla. Pasaron los minutos que de pronto se hicieron muchos. ¿Qué tanto hacen las chicas cuando van al lavabo? De pronto se dio cuenta que llevaba mucho tiempo esperando. ¿Dónde estaba Simone? ¿Habría logrado ir al lavabo? ¿Habría ido al lavabo, tal como dijo, o se atravesó algo en su camino? ¿Le habría pasado algo? Martín marcaba una y otra vez al número de móvil de Simone, el único dato de contacto que tenía de ella, siempre apagado o fuera del área de servicio. Se puso nervioso y al pasar los minutos, se dio cuenta que aquello no era la rutina de una persona que necesita ir al baño, había pasado algo más. Estaba preocupado y sin saber qué hacer, empezó a caminar en círculos, como fierecilla enjaulada y decidió ir hacia los maléficos lavabos.

Caminó hasta que los encontró y esperó en la puerta del baño de mujeres, quince minutos más. Entraban y salían chicas rubias, altas, morenas, delgadas, hermosas, pero nada que remotamente le indicara la presencia de Simone. Ya habían pasado dos horas desde que la frágil canadiense se había separado de él. Martín acudió a las oficinas del Aquarium, existía la posibilidad que se hubiese sentido mal, que la hubiesen llevado a la enfermería o incluso, al hospital, pero los empleados no sabían nada. Absolutamente nada. Tres horas después, Martín se encontraba sentado en la misma banca donde se había despedido de Simone, a comenzar de nuevo. No tenía idea qué hacer. No sabía si estaba más preocupado que enfadado o sorprendido. Encendió la cámara y miró las fotos que había allí.

La primera imagen –que tendría que ser la última foto hecha- era muy curiosa: una foto de él mismo, pero tomada de cabeza, en el Aquarium. Le vinieron fugaces recuerdos de cuando Simone hizo la foto, apenas unas horas antes y sí, en efecto, le había llamado la atención que la cámara estaba de cabeza, pero no le dio mayor importancia. La aventura del lavabo estaba de cabeza, su situación estaba de cabeza. La siguiente foto le resultó más enigmática aún: la imagen del Paseo Colón, en Barcelona, donde en primer plano sobresalía el letrero que indica la dirección que deben seguir los coches para ir a Montjuic, pero el letrero aparecía fragmentado y sólo se apreciaba la M de Montjuic. Vaya sorpresas. Una foto de él mismo, de cabeza, una foto de la M de Montjuic con el Paseo Colón de fondo. La siguiente foto le puso la piel de gallina: Simone capturó la imagen de una moneda de dos euros a contraluz, sostenida con la mano derecha intentando tapar la bombilla con la moneda, como si se tratara de un eclipse de bombilla o algo similar. Martín estaba sumamente confundido. ¿Estaría un poco loca? Sí, le había parecido una chica especial, era muy atractiva, simpática, tenía una conversación interesante e inusual, pero estaba algo loca. Algo andaba mal. Ahí estaba el buen Martín, sentado en la banca de la salida del Aquarium, varias horas después de despedirse de Simone, cuidando la cámara con las fotografías más raras que se pudiera imaginar. ¿Porqué cargaba con esa cámara si tomaba tan pocas fotos? Era para reflexionar, la cuarta imagen era una foto de ellos dos en el aeropuerto, el día que se conocieron, al momento de despedirse. ¿Tanto para nada? Y pensar que esa misma cámara le dio una fuerte bofetada de bienvenida en el avión.

Mientras cavilaba queriendo entender lo que estaba pasando, una pareja pasó a su lado, hablando de la elegancia y modernismo del nuevo hotel W de Barcelona. En ese momento se le encendió una bombilla en el cerebro, tal vez la única que quedaba activa después del ajetreo. Abrió la cámara y miró la M de Montjuic. Después miró la foto invertida de él mismo. Al girar la cámara, para ver su foto con una orientación normal, miró la foto de la M de Montjuic que claramente se había convertido en una W. Estaba empezando a tomar forma el asunto: Simone le había dejando señales. Quizá se trataba de un juego. ¿O no? Se puso de pie rápidamente y corrió hacia donde estaba la pareja que le despertó la idea, los miró de frente y les dio las gracias, sorprendiéndoles, y echó a correr hacia el hotel W, el nuevo, el que está atrayendo a tanta gente.

No estaba precisamente cerca, pero sí lo suficiente como para correr y llegar en unos cuantos minutos. Sólo le quedaba un pequeño detalle por resolver: el hotel era enorme, gigantesco, ¿cómo iba a localizarla ahí? Sabía que no estaba hospedada en ese lugar y el móvil que ella le dio, el único dato de contacto que tenía con ella, seguía apagado –o fuera del área de servicio-. Lo había marcado más de 50 veces desde que la chica desapareció.

Llegó a las puertas del hotel sin poder evitar quedar impresionado. Claro, él como natural de Barcelona, difícilmente habría ido a conocerlo. Manera interesante de conocer mi propia ciudad, se dijo. Estaba seguro que la foto de la moneda de dos euros tendría que ser la clave final para hallarla. Mirando de frente la fachada del flamante edificio -conocido entre los barceloneses como el hotel vela por su parecido a la vela de un barco-, entró. Buscó, sin éxito, por todas las esquinas y escondrijos de la amplia recepción hasta que se sentó en uno de los mullidos salones; tenía la cámara en las manos, la maldita cámara que parecía mofarse de él. Repasó las fotos de nuevo, una por una, con la esperanza que la bombilla que se había encendido momentos antes siguiese funcionando, porque de lo que sí estaba seguro, era de que era la única que le quedaba. Permaneció ahí, sentado, mirando pasar a los turistas, a los ejecutivos, a los paseantes, a los empleados uniformados, pero nada de Simone. ¿Sería su imaginación jugándole un sucio truco?

Tal vez la dichosa bombilla estaba defectuosa y era la que debió fundirse, porque en realidad estaba tan perdido como en el Aquarium. ¿Y si Simone lo buscaba ahí? Tal vez lo mejor era regresarse a buscarla entre los delfines. Mientras decidía qué rumbo seguir, ya estaba otra vez de pie, caminando de un lugar a otro, nervioso e intrigado, hasta que se dio cuenta que tenía la boca seca y el estómago vacío, pues no había comido o bebido nada desde muy temprana hora. Este lugar tiene que tener un bar –o varios-, se dijo. Caminó hacia la recepción por enésima vez y se topó de frente con el directorio del hotel. La bombilla pareció funcionar de nuevo, pues ahí empezó a ver con claridad. La bombilla funcionaba, mejor que nunca, como los viejos coches, que entre más viejos, más confiables. Encendió la cámara de nuevo y miró detenidamente la foto más enigmática: la moneda a contraluz, la luz de la bombilla desbordándose por el perímetro de la moneda, la moneda eclipsando a la bombilla, el eclipse de la bombilla, eclipse, y después miró el directorio, restaurantes, gimnasios, bares, Bar El Silencio, El Camino, Bar… El Eclipse del
hotel W… ¡por supuesto!

Martín corrió como alma en pena hacia El Eclipse, una sonrisa empezó a dibujarse en su rostro al recordar que la reservación que había hecho para uno de los restaurantes más emblemáticos de su ciudad quedaría sin ser usada, como el resto de las bombillas de su cabeza. Mucho había hablado con Simone de las sorpresas, pero nunca se imaginó la que le tenían preparada. Al entrar en El Eclipse, buscó con detenimiento: familias, parejas, grupos de extranjeros pasándosela bien, hasta que llegó un camarero y, con una expresión que delataba a todas luces su complicidad, le señaló hacia la mesa donde Simone le esperaba, sonriente, divertida, maliciosa, elegante y más hermosa que nunca.

5 comentarios:

Mercedes Ridocci dijo...

No soy crítica literaria, pero se lo que me llega y lo que no.
Y tus escritos me llegan. De éste, me ha llamado especialmente la atención como es precisamente la fotografía las señales que Simone envía a Martín para que la encuentre. Hermoso y excitante juego.

Sara dijo...

Me ha gustado mucho tu texto, Raúl, te mantiene expectante hasta el final. Soy fan de esos juegos y jeroglíficos sorpresa, felicidades por tu texto. Te sigo aquí también, no quiero perdérmelos ;)

Anónimo dijo...

Que sorpresa tan elaborada y retorcida. Coincido en que el relato es trepidante y no he podido detenerme ni un momento.
Salu2

Elena Mateu dijo...

Me has mantenido en la intriga hasta el final.
Felicidades por el relato. Avisa cuando publiques tu novela, como mínimo ya tienes mi ejemplar vendido.

Saludos afectuosos.

TIVACO dijo...

Me encantó.
CCC