FESTIVAL DE LA TETA LIBRE

Si me lo cuentan, juro que no lo creo. Y si lo sé, es porque me tocó vivirlo, estar su lado y participar activamente. Doña Trini era tremenda, la mujer más hábil del sur del país. Yo curraba para ella y hacía distintas faenas, básicamente labores domésticas, aunque de vez en vez, la acompañaba a sus negocios. Para mí era bueno el intercambio, recibía una mínima paga mensual que me servía para enviar a mi familia y resolvía mis problemas básicos, pues vivía en su casa. Nos llevábamos bien, Trini era una mujer práctica y no le gustaba atormentarse con pequeñeces.
 
De las actividades que hacía con ella, la que más me gustaba era una feria que se llevaba a cabo la primera semana de cada mes. Doce rigurosas veces al año. Me gustaba llamarle el Festival Mensual de la Teta Bailarina, y ahora veréis porqué.
 
Resulta que doña Trini tenía dos amigos, comerciantes chinos, que traían ropa íntima elaborada su país y la distribuían en el nuestro. Ella se surtía de sujetadores de todos tamaños, modelos y colores, de los más baratos, de las ofertas. Les quitaba las etiquetas originales, les ponía otras que ella misma hacía y los vendía en las oficinas donde trabajaba Don Cipriano, su marido, como si fueran importados de Estados Unidos, a veces hasta en veinte veces el valor que ella pagaba. Qué descaro, pero francamente, qué agallas también. En la primera semana de cada mes, ponía su puesto de guardatetas en el lavabo de mujeres que está entre el segundo y el tercer nivel del edificio y por ahí desfilaban todas las damas de la compañía: afanadoras, secretarias, ejecutivas, gerentes, novias, amigas, visitantes, todas. Los días de pago solían ir las secretarias de oficinas en los edificios contiguos a surtirse de fantasías a través de los sujetadores. Una por una, se paseaban por el puesto de la Trini. ¡Las cosas que se miraban en esos lavabos, jolines! Nunca había visto semejante variedad de tetas juntas, al aire libre, desprovistas de pudor y conviviendo tan amigablemente entre sí. Yo creo que el mundo y sus razas debería adoptar el modelo de convivencia del Festival de la Teta, así no habría tantos problemas.
 
Había unas holgadas, generosas, como pelotas desinfladas, otras llenas de estrías, otras pequeñitas, apenas unos puntillos diminutos, otras morenas y velludas, otras monstruosas, blancas y duras, otras grises como piedras, unas con pezones marca diablo, otras casi sin pezón. Mucha teta y poco punto, decía yo. Unas bizcas y otras chinas, con ojillos de alcancía. No faltaban las señoras que tenían una teta de un tamaño y otra de otro, ni las que tenían un pezón enorme y el otro apenas un boceto de pezón. Me tocó ver a una mujer que tenía más grandes los pezones que las tetas. Eran unos señores pezones, agrietados, negrísimos, como montañas de la Luna, majestuosos y siempre erectos, y las tetitas blanquísimas y suaves, como plumas de paloma de la paz. Y la mujer a quien llamábamos Tabla, me acuerdo de ella. Era la recepcionista y no tenía tetas. Parecía hombre. Pero qué tal con la señorita Galván, que era la jefa del marido de la Trini. Aparentemente, tenía los pechos más grandes del universo, así caminaba por los pasillos, orgullosa, con sendas protuberancias abriéndole el paso, seduciendo con sus tremendos pechos a cuanto honorable caballero osara cruzarse en su camino. Pero al llegar al sanitario, ya en la intimidad de las amigas, ¡plop, plop!, dejaba caer al suelo tremendos cucuruchos de plástico vil. ¡Jolines, qué risa me daba, estaba tan plana como la recepcionista! Le compraba sujetador ¡a sus bombonas de plástico! ¿Habíase visto algo semejante? Me la imagino, cada mañana, frente a su armario abierto, escogiendo qué pechos usaría ese día: “Hoy es jueves, me tocan los redondeados, color fucsia”, o “no, ya los usé esta semana y me los ha tocado el mensajero, mejor uso los puntiagudos que me trajeron de Francia” o tal vez “hoy usaré los de marfil porque tengo junta con el Director General, con esos no sudo y no se me humedece la blusa”. Seguramente poseía decenas de kits de mamas artificiales de diferentes tamaños, colores y formas, según se le presentara la ocasión, alineados en una sección especial de su armario, colgados en filas como murciélagos dormidos para poderlos mirar, todos, de una sola ojeada, pues las mujeres siempre andamos de prisa y no tenemos tiempo para escoger nuestras prendas en las mañanas.
 
Había una secretaria muy loquilla, quién sabe qué clase de pensamientos tendría a la hora de la venta. Parecía que le daba vergüenza, pero nada más se quedaba a solas con la Trini y a desahogarse, no resistía la tentación de pedirle a la Trini que le tocara las tetas. Con sonrisita malévola y tomándole ambas manos, le decía: “Oiga, Trini, no sea malilla, ¿de qué talla será mi teta izquierda?” La Trini, ruborizada, contestaba: “No sé, guapa, ¿nunca se la ha medido?” “Ay no, nunca, ¿me la mide con su mano, por favor? Usted es la experta…” Y ahí estaba la Trini, midiendo la izquierda a la dama con tal de venderle un sostén. Y sus tetas no estaban nada feas, he de confesar, a mí me hubiera encantado medirlas.
 
La chica del conmutador –además de ser malísima para contar chistes- tenía los pechos tan grandes, pero tan grandes, que no había sostén que se las cubriera por completo. Era un monumento caminante a la majestuosidad tetónica. Yo le decía la mujer de las cuatro tetas, porque aun poniéndose el mayor de los sujetadores, le hacía tanta presión que le saltaba un tremendo bollo en cada una de las tetas. Me la imaginaba amamantando a cuatro inocentes y hambrientos becerritos al mismo tiempo, dos pegados a los inmensos pezones y dos tratando de succionar alimento de las nuevas tetas. Un becerrito le decía al otro: “¿Me prestas tu pezón? Es que el mío ya se atascó...” Y el aludido becerro contestaba: “espera un poco, de éste no sale casi nada, pide al de abajo...” Y entonces el becerro de abajo, enfadado, gritaba: “No me jodan, tíos, a mí me tocó bollo sin pezón, tengo que chupar de la piel y no sale casi nada” Y la del conmutador, mientras amamantaba a los cuatro becerros, contaba muy malos chistes de caca y pis de los que sólo ella se reía.


Era un ir y venir de pechos. El Festival Nacional de la Teta Libre. A donde mirara una, había pechos. “Qué frío hace aquí, ya se me encendieron las luces”, “¿cuánto cuesta éste, guapa?”, “dos mil pelas, cariño” “¡uy, que está muy caro!”. “es que es de seda, tengo unos de nylon también, son más económicos”, “¿traes copa C?”, “no cariño, se me terminó, pero traigo unos en D”, “¿aceptas tres pagos mensuales, Trini?”, “depende, guapa, ¿cuántos llevarás?”, “éste es como el que usaba Lady Di, muy terso, lo he visto en una revista, ¿qué cuesta?” “es caro, cariño, cinco mil, es importado de Inglaterra”, “Mira Hortensia, éste me levanta las tetas, si hasta parece que soy de las que salen en la tele, así sí voy a conseguir novio”, “hostias, qué bonito huelen, ¿me lo puedo probar?”


No faltaba quien se fijara en otras cosas, desde luego: “Oye, Inma, cuidado, el resorte de tus bragas está flojo, no se te vayan a caer”, “oiga, Trini, ¿no vende pantaletas americana?”


Pero como todo en la vida, terminada la hora de la comida, llegaba a su fin la Feria. Era gracioso. Sonaba la chicharra a todo volumen y ahí estaba el mujerío en pleno, con las tetas al aire, dándose prisa para regresar a currar. Era un bailadero de mamas impresionante. Hasta golpeaban unas con otras. En ese sanitario, todas las tetas, las bonitas y las feas, las llenas y las vacías, las grandes y las peques, las duras, las medianas y las flojas, temblaban cuando sonaba la campana. Era el baile de la Teta. “Ay, amiga, date prisa, ponte la blusa”, “¿entonces, te empaqueto el color fucsia?”, “tienes un moretón en la teta, ¿qué te pasó?” “no es un moretón, tonta, ji ji...”, “ay, pues qué envidia”, “dame mi perfume y vístete”


La despedida era triste, ahí se veía el porqué del entusiasmo de las señoras: muchos sujetadores viejos, rotos, percudidos, cogidos con pinzas, otros con clips, había una gordita muy cachonda que... ¡lo grapaba de los tirantes! A cualquier dama le causa emoción comprarle casa nueva a nuestros melones, ¿vale?


Me da una risa cuando lo recuerdo… “¡Barata! ¡Ofertón! ¡Que sus pechos no se queden sin zapatos nuevos! ¡Traiga a sus consentidas a la venta del año!” Ese bailadero y tembladero de tetas me recordaba al tipo de las gelatinas que, cuando caminaba rápido o cuando viajaba en bicicleta, las hacía temblar al parejo. Las gelatinas de Rigoberto. Recuerdo cómo lo miraba pasar desde la ventana del salón de mi casa cuando era pequeña. Me gustaba ver las temblorosas gelatinas. Y es que todavía no me crecían los pechos.




2 comentarios:

Jo Grass dijo...

Fantástico cuento para leer en día de pago, y salir volando a la corsetería más próxima a gastar lo ganado.

El asunto de las infinitas tallas de tetas no tiene desperdicio; aunque te hayas puesto en la piel de una mujer para explicar la historia, debo decirte que es harto complicado encontrar la talla de sujetador perfecta, y que la mayor parte de las mujeres desconoce, a menos que se hayan puesto en manos de una Trini como esta.

El que hiciera sus apaños haciendo que una pieza barata se convirtiera por obra y gracia de una buena etiqueta o promoción adecuada, en un producto de lujo, me ha hecho recordar mi época universitaria en Valencia, en la que un pretigioso diseñador de moda nos daba trabajo customizando tejanos que compraba por toneladas en el puerto, que provenían de contenedores embarcados en EEUU. Nosotros, estudiantes de bellas Artes, con problemas para comprar materiales, nos dedicábamos por muy pocas pesetas, a poner etiquetas modernas, coser algún botón de fantasía o darle un toque artístico a la pieza, que acababa en las pasarelas y más tarde en las tiendas a un precio más que notable, para aquella época.

Bravo, Raúl. En cuanto pueda me pongo a leer tus textos antiguos.
Un abrazo

Mercedes Ridocci dijo...

Te decidiste, !que bien!

Menudo estudio de tetas que te has "marcao". Simpático y fluido escrito. El final me ha gustado mucho:
Después de rebosar teta a "troche y moche" acaba con una frase de ausencia: "Y es que todavía no me crecían los pechos."