16. LAVÁNDOSE LAS MANOS

Jueves de sorpresas mayúsculas. En México dicen juebebes, o jue-bebes. Los borrachos, claro, los que corren el maratón Lupe Reyes. Que desde luego, no es el caso de Primi.

Esta mañana, a las nueve, más o menos, llamó para reportarse enfermo. Todos se miraron entre sí, pues el 100% del personal de esta oficina estuvo presente ayer y se enteró con pelos y señales de lo ocurrido. Yo me quedé pensando. ¿Qué hubiera hecho yo si no se hubiera presentado la esposa de Primi?

Ya sé, los hubieras, las abuelitas y las ruedas. Mi postura debe ser independiente. Llegué a la conclusión que le hubiera dicho que no. Es decir, no le hubiera hecho el favor a Primitivo. Pero a fuerza de ser honesto, la razón de mi negativa hubiera sido circunstancial más que de postura. Soy pésimo para mentir, tartamudeo, me tropiezo con las palabras, digo cosas sin sentido y sólo hubiera empeorado la situación. He estado esperando a que venga, pues me parece importante decírselo, creo que si él lo analiza, lo vería como un acto amistoso.

Sin embargo, Primi no vino a trabajar. A medio día se presentó su mujer a recoger las cosas (las cenizas de ayer). Me ofreció una disculpa por lo de ayer, la cual acepté con una sonrisa amigable. A mí también me pareció sorpresiva, inesperada e inexplicable su irrupción, pero meditándolo, creo que está justificada. El Primi lleva un tiempo jugando un juego que sólo él entiende. Creo que lo de ayer fue la gota que derramó un vaso del que nadie tenía conocimiento.

A la hora de la salida, cuando yo era el único que quedaba en la oficina, estaba a punto de apagar mi computadora y noté que el cajón de Primi, de donde colgó la punta de una corbata el día de ayer, estaba abierto. Fui a cerrarlo y ¡oh, sorpresa! En el cajón había lo que menos se espera del cajón de un escritorio de un empleado de base de una oficina administrativa de una consultora que da servicio a las aseguradoras de la costa este de los Estados Unidos. No era mi intención enterarme, fue accidental (ya confesé que sí que soy chismosillo, pero no esculcón).

Bueno, pues... boquiabierto, sorprendido, hasta cierto punto asustado (si alguien más se entera de lo que hay en ese cajón, tremendo lío que se arma, en serio). Con la rodilla sana, empujé suavemente el cajón hasta que se oyó el click del cierre. No sé si Primi le pone llave a su cajón (debería hacerlo), supongo que sí, pero no hay llave a la vista. Me quedo con la duda, ¿habrá visto la mujer de Primitivo el contenido del cajón? No lo creo. Lo hubiera sacado y hubiera armado un escándalo en ese momento. ¿Debo decirle a alguien lo que vi? No lo sé. Me acusarán de algo, seguro. No tengo porqué meterme en asuntos ajenos, por más delicados o graves que éstos sean. Que Primi se haga responsable. Yo me lavo las manos. Se avecina una espesa tormenta.

En fin. Al terminar de mi cita gastronómica con Honey, tomaré el metro e iré a la iglesia de la calle 103. Hoy cantan Gospel y me gusta mucho.

1 comentario:

Mercedes Ridocci dijo...

Podría seguir leyendo el próximo "capítulo", pero me quedaré con el regustillo de la intriga hasta mañana.

¡Pero que amena tu lectura!