14. A VER...

De lunes a viernes: a las 6 de la mañana se enciende el televisor que tarda unos 15 minutos en despertarme. Soy lento para eso, pero riguroso en mi disciplina. Todas las mañanas, me encomiendo a Dios antes que otra cosa.

A las 6 y media, ya estoy calentando leche para hacerme un café instantáneo. Hace un par de años, compré una cafetera para hacer espresso pero no la he usado aún. La compré en Chinatown porque estaba muy barata.

Enciendo un cigarrillo y bebo esa taza de café viendo las noticias. A las siete en punto, me meto a la ducha, ritual que dura exactamente 25 minutos, si incluímos la afeitada. A las siete y media, en punto, empiezo a vestirme. Todos mis trajes son oscuros, todas mis camisas y camisetas son blancas, todas mis calcetas son negras o grises, todos mis calzoncillos son blancos, de algodón. La variación en mi atuendo está en las corbatas, ahí sí soy versátil.

Salgo de mi casa diez minutos antes de las ocho. Tomo el metro y, a las ocho veinticinco, estoy entrando a la oficina. La hora de entrada es a las ocho treinta. Como alguna vez mencioné, siempre soy el primero en llegar.

A las once y media, salgo a almorzar. Lo hago en un Deli cercano. Generalmente, una ensalada, fruta, una cerveza, un café. Los miércoles suelo ser más comilón y almuerzo un emparedado de roast beef o de pollo. Aprovecho este lapsus y fumo un par de cigarrillos.

Regreso a la oficina a las doce. A veces me tomo diez minutos más, pero no siempre. Las tardes las empleo para administrar la base de datos; durante las mañanas, mi trabajo consiste en la captura de información numérica, básicamente, cálculo de riesgos y muchas tablas de porcentajes.

Mi día laboral termina a las cinco y media. Al salir de la oficina, me detengo en un grocery que me gusta, es propiedad de un señor de Pakistán que suele tener mucha variedad; hago algunas compras. Pan, leche, café, naranjas, huevos, en fin, lo que haga falta en casa. Los jueves me doy un pequeño lujo y compro el TV Guide. Los lunes juego a la lotería. El año pasado, finalmente me gané 80 dólares. Salgo del grocery y me dirijo a casa, caminando. Me gusta caminar. Dejo las compras en la cocina y vuelvo a salir, tal vez, con la esperanza de conocer a alguien, de socializar. En el fondo, y aunque las apariencias no lo muestren, soy un tipo sumamente sociable. Me fascina entablar buenas conversaciones.

A las siete y media, voy a un diner a comer. Siempre me siento en la mesa más lejana a la entrada, en una esquina. Siempre está desocupada. Me atiende Lucy, una señora negra, gorda y muy trabajadora. "What´s gonna be, honey?", me pregunta todos los días, apoyando la mano en la cintura y con un boli en la otra, aunque ya sabe, siempre pido lo mismo, el menú del día. Odio que me diga honey. A todos los comensales les dice así. Además, no sé para qué se toma la molestia de ir a preguntarme, se ahorraría unos minutos si simplemente me sirviera la comida al verme llegar. Nunca fallo.

Es curioso. El diner al que voy todos los días, es idéntico, en verdad, al que suelen ir Seinfeld y Costanza. Siempre me ha llamado la atención esa semejanza. La primera vez que lo noté, fue cuando advertí que en las mesas hay un servilletero, un contenedor rojo de plástico con ketchup, uno amarillo con mostaza y un inútil cenicero, pues está prohibido fumar. Alguna vez, al ver el programa de Seinfeld, noté que en las mesas había exactamente los mismos elementos. Y no es que todos los diners de Manhattan sean iguales, yo creo que se trata de una casualidad.

Al terminar de comer, llega mi primer punto de discordia del día. Sé que debería ir a casa a mirar la televisión, leer, en fin, pero a veces la tentación es muy fuerte y opto por el bar del alemán. Siempre me digo lo mismo: "Pedro, sólo una cerveza y ya". Es un bar alegre y suele haber mucha gente. Yo creo que por eso me gusta, la oportunidad de entablar una conversación es alta. No importa a qué hora llegue del bar, mi rutina diaria no se modifica. Tengo que ser honesto. Nunca es una cerveza. Ni dos. Ni tres. Cuando exagero, suelo rezar al llegar a casa y pedir perdón a Dios, que yo sé que me perdona.

Los sábados me gusta salir. Aprovecho para llevar mi ropa a lavar, para limpiar mi departamento, para ir a la peluquería, en eso se me va el día. Los domingos, veo televisión, voy a misa, y cuando el clima lo permite voy a Central Park, a veces salgo a correr y a veces voy al cine. Pocas cosas en la vida me gustan tanto como ir al cine. Cuando hay alguna paga extra, me doy un lujillo y me meto a un musical.

Estoy tentado a adoptar un gato para que me haga compañía, pero creo que soy alérgico.

Bien. El resultado de todo lo anterior lo puedo resumir como sigue:

1. Novias y/o amigas: 0
2. Amigos: 0
3. Dólares ahorrados: 0
4. Bienes acumulados: Una cafetera nueva, un televisor, una computadora.
5. Viajes de placer: 0
6. Viajes de negocio: 0
7. Aventuras: fuera de lo que veo en el bar, 0.
8. Placeres disfrutados: 2

La lista puede ser muy larga, creo que los primeros ocho puntos son suficientes para preguntarme:

¿Qué diablos es lo que hago mal?

1 comentario:

Mercedes Ridocci dijo...

Hasta lo que tiene fuera de "control", lo tiene controlado.
Habrá que seguir conociendo a este personaje, no sabemos lo que nos puede deparar.